Relación con la madre
evt. den Text wie es uns einschränkt evt. auch das Verhältnis zum Vater und den Punkt in Eltern umbenennen?
Realización en áreas personales, la pareja, la familia y el trabajo y la profesión siguen las mismas leyes de éxito y fracaso, felicidad y desgracia, de los órdenes del amor y de la vida. Aprendemos a tratar correctamente muchos aspectos y eventos que experimentamos.
Creemos que debemos tener éxito para ser felices. ¿Eso es así? ¿No tenemos más éxito cuando somos felices?
Cada vez que tengamos éxito, después la exigencia se elevará: tienes buenas calificaciones, ahora tienes que obtener aún mejores calificaciones. Haz alcanzado tus objetivos de ventas, ahora se incrementarán. Nos centramos más en los problemas que en las soluciones. El resultado es insatisfacción, inseguridad, dificultades de motivación y fracasos constantes en la vida privada y profesional.
Investigamos los contextos y circunstancias que limitaron nuestras vidas en un principio y que posteriormente tuvieron un profundo efecto en el éxito de nuestras relaciones personales y profesionales.
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¿Educación para qué?
La educación sirve a la vida, nos prepara para lo más importante de nuestra vida. ¿Qué es lo más importante?
Salud
Lo más importante en la vida es mantenernos vivos. Desde este punto de vista, la educación nos prepara para saber y experimentar cómo alimentarnos de tal manera que permanezcamos sanos y capaces de transmitir nuestra vida personal con la ayuda de una pareja.
La propia familia
El propósito de la educación es permitir que los niños y jóvenes desarrollen más adelante una relación sostenible con una pareja. De ahí que a través de la educación se introducen en las leyes básicas de las relaciones humanas tal como salen a la luz en las constelaciones familiares. Esto incluye:
Tu propia profesión
En educación muchos asumen que sirve primariamente para prepararse para la vida profesional. Esta ocupa la mayor parte del tiempo y requiere un compromiso total. Sin embargo, más tarde la profesión sirve principalmente para el propio sustento y, con ello, al sustento de la familia, que pasa la vida a sus hijos. Los educadores tienen esta jerarquía en cuenta cuando preparan a sus alumnos para su futura profesión. De esta manera, la escuela y los educadores se involucran a través de los padres en un sentido integral al servicio de la vida y su transmisión a la próxima generación.
¿Cuál sería aquí el desorden? Si el trabajo y la vida profesional absorben a la familia, si los padres están involucrados en el trabajo de tal manera que el cuidado y la educación de los niños se transfieren a sustitutos, incluidos los maestros y educadores. Esto viola el orden básico de la transmisión de vida.
La pregunta es: ¿pueden los educadores dirigir este movimiento de una forma que respete el orden básico y les dé a los padres y a los niños y a su relación el lugar apropiado dentro de los límites establecidos para ellos? Una posibilidad es si los educadores involucran en gran medida a los padres en el cuidado de sus hijos y los mantienen actualizados.
La política
Los educadores ya están llegando a sus límites. Este es un claro desafío para los políticos y los empleadores. Deben garantizar las condiciones que permitan a los padres y, a través de ellos a los educadores, dar el mayor bien que tenemos, que es conceder la jerarquía indicada y el tiempo debido a: los niños.
Diferente
Lo que imaginamos sobre nosotros mismos y sobre el mundo suele ser diferente después de un tiempo. Por lo tanto, nuestras ideas resultan ser preliminares. Dan paso a nuevos conocimientos y experiencias. Nuestras ideas y expectativas actuales pronto serán otras. Entonces, ¿por qué confiar en ellas o incluso esperar que se hagan realidad? El próximo instante ya es diferente, diferente se vuelve nuestra visión del futuro en cada momento, diferente nuestra imagen de lo que importa. Entonces, ¿por qué comprometerse con una cierta idea de lo que es y aquello que será? De todos modos, todo será de otra manera. Nuestra experiencia nos enseña que tenemos que adaptarnos constantemente a algo diferente. Si sabemos esto, nos quedaremos sin planes de largo alcance y sin esperanzas y objetivos. Nos dejamos guiar de instante a instante, siempre diferentes y siempre nuevos.
Cuando alguien se indigna por algo grave, parece estar del lado del bien y contra el mal, del lado de la justicia y en contra de la injusticia. Se interpone entre los perpetradores y las víctimas para evitar más daños. Pero también podría interponerse entre ellos con amor, y ciertamente mejor. Entonces, ¿qué es lo que busca el indignado? ¿Y qué es lo que realmente hace?
La persona indignada se comporta como si fuera una víctima sin serlo. Reclama para sí, el derecho de exigir una reparación de los perpetradores, sin que se haya cometido ninguna injusticia con él. Se convierte en abogado de las víctimas como si le hubieran dado el derecho de representarlas y luego las deja atrás sin derechos. ¿Y qué hace el indignado con esta pretensión? Se toma la libertad de causar daño a los perpetradores sin temor a graves consecuencias personales, ya que como sus malas acciones aparecen a la luz del bien, no necesita temer el castigo.
Para que la indignación permanezca justificada, el indignado dramatiza tanto la injusticia sufrida como las consecuencias de la culpa. Intimida a las víctimas para que vean la injusticia bajo la misma óptica terrible que él. De lo contrario, ellas también se harán sospechosas a sus ojos y deberán temer ser víctimas de su indignación, como si fueran perpetradores.
Ante la indignación, a las víctimas les resulta difícil dejar su sufrimiento y a los perpetradores las consecuencias de su culpa. Si quedara en manos de las víctimas y de los perpetradores buscar la compensación y la reconciliación, podrían permitirse mutuamente un nuevo comienzo. Pero es difícil hacerlo con personas indignadas, porque suelen no estar satisfechas hasta que han destruido y humillado a los perpetradores, aunque ello agrave el sufrimiento de las víctimas.
La indignación es en primer lugar de índole moral. Es decir, no se trata de ayudar a alguien, sino de hacer valer un reclamo, como cuyo ejecutor se considera y se siente la persona indignada. Por lo tanto, a diferencia de alguien que ama, no conoce ni piedad ni medida.
Hay una dinámica relativamente clara en el comportamiento de adicción: como regla, la madre les ha dicho a los niños: lo que viene de su padre es malo. Solo lo que viene de mí es bueno. ¡TOMA SOLO DE MÍ!
La adicción es entonces la venganza secreta de la madre. La adicción solo se cura si el padre entra en juego. Cuando se respeta nuevamente al padre y el adicto dice: “¡Querido papá, ahora tomo todo lo que me des”.
Y, le dice a su madre: “Confío en ti, de que yo pueda honrar y amar a mi padre y que también de él tome todas las cosas buenas que me da.” Así se rompe la dinámica.
Por supuesto, todas las adicciones también tienen un componente físico. Uno no puede ni debe limitar esto a lo sistémico. Es solo un aspecto, una contribución entre muchas otras que ayudan.
El prejuicio significa que asociamos algo que no conocemos con algo que conocemos o, peor aún, lo asociamos con algo que tampoco conocemos. Los prejuicios son tanto positivos como negativos. De ambos uno despierta cuando se llega a descubrir lo desconocido anteriormente. Por ejemplo, si después del enamoramiento, que también es un prejuicio, ves al otro como realmente es y cómo es de diferente.
Esto prepara el camino para la apreciación que se abre a todo lo otro y nos permite salir de nuestra anterior estrechez a lo abierto y amplio. Los prejuicios siempre tienen que ver con la estrechez y con juzgar según ideas e imágenes familiares y, por lo tanto, limitadas.
Por cierto, todo juicio de valor sea positivo o negativo, también separa a uno de otro y se cierra a lo que se le opone. A través del juicio de valor diferenciamos y, por lo tanto, nos abrimos a la diversidad. Sin embargo, solo cognitivamente, no con el alma. El alma conecta los opuestos y muestra su amplitud y su fuerza.
Por supuesto, es el prejuicio negativo o el juicio de valor lo que más nos estrecha, sobre todo porque suele ir acompañado de un sentimiento de superioridad, a menudo también de un sentimiento de indignación y asociado con él, también de pensamientos y deseos de venganza.
Muchos prejuicios y juicios de valor están relacionados con el hecho de que miramos a los demás desde el punto de vista de nuestra conciencia, que divide a los otros en aquellos a los que se les permite pertenecer y en aquellos que deben ser excluidos.
Estos prejuicios asimismo están relacionados con el hecho de que pensamos que los otros que son diferentes, son libres y solo tienen que mostrar buena voluntad para ser diferentes y, ser así como nosotros. Pero ni nosotros ni ellos estamos libres de nuestros valores y prejuicios. Ellos y nosotros estamos involucrados de múltiples maneras en los destinos de nuestros antepasados y de nuestro grupo. Cuando comprendemos esto, nos volvemos cautelosos e indulgentes, tanto con los demás como con nosotros mismos y nuestros juicios.
Tal vez entonces logramos olvidarlos poco a poco.
A veces parece como si algunos de los fallecidos se alejan solo lentamente. Es como si estuvieran aún cerca por un tiempo. Aquellos que no han sido llorados, que no han sido respetados o que fueran olvidados, se quedan particularmente mucho tiempo.
Los que se quedan más tiempo son aquellos de los que no se quiere saber nada o de los que se tiene miedo. El duelo tiene éxito si uno se abandona al dolor y a través del dolor respeta y aprecia a los muertos. Cuando los muertos son llorados y honrados, se retiran. Entonces para ellos la vida llega a su fin y pueden estar muertos.
La muerte es la culminación de nuestra vida.
Si tenemos esta imagen de la muerte, nuestra actitud es diferente. Esto también se aplica a los que murieron muy temprano, incluyendo a los niños que nacieron muertos. Lo esencial permanece antes y después. De ahí emergemos a la vida, y hacia allí descendemos después de la vida.
Cuando dejamos ir a los muertos, ellos tienen un efecto beneficioso en nosotros. Esto no requiere ninguna presión o esfuerzo especial de nuestra parte. Aquellos que lloran por mucho tiempo, por el contrario, se aferran a los muertos, aunque éstos quieran irse. A menudo encontramos un largo duelo en alguien que le debe algo al muerto y no lo reconoce.
Los que se aman no lloran por mucho tiempo. Si se ha amado y llorado, la vida puede continuar y los queridos muertos dan su asentimiento.